sábado, 10 de septiembre de 2011

El Profesional

1

     Es cerca del mediodía cuando entra a la cantina. Al pasar por la puerta de vaivén nadie se sorprende al verlo, tiene cerca de seis meses visitando el lugar. Como es su costumbre, luce una afable sonrisa en la boca. El poco personal que se encuentra en el local lo saluda con un movimiento de manos y él responde a la cortesía. Siempre hay algún curioso que lo barre con la mirada, de arriba abajo, y no lo culpamos. Es difícil adivinar su edad, digamos que está entre los treinta y tantos y los cuarenta y pocos. Lleva el pelo negro echado para atrás, al natural, no le van esos chismes que se usan para fijar el cabello. Lleva un traje de dos piezas color negro y una playera color blanca de cuello en V. Camina a paso tranquilo con la vista fija en la barra buscando su lugar especial, ese donde solo tiene que dar unos pasos para llegar al sanitario y donde no tiene que verle la cara a los curiosos. Se sienta y se prepara para hacer el pedido.
  
  —Una jarra de Sproff bien fría —ordena al cantinero mientras se desabotona el saco—. Que sea cla…
     —Clara, ya lo sé —le interrumpe el cantinero—. Siembre Sproff —comenta mientras la saca de la nevera y se la sirve.
     —Es la mejor cerveza para mi paladar —dice el tipo del traje.
     —Bien lo ha dicho señor, para su paladar, por lo que a mí respecta es la peor cerveza que el mundo se ha dignado en crear.
     —Si es la peor cerveza, ¿Por qué la sigo encontrando en esta cantinucha? —dice el hombre del traje con una sonrisa descarada y da su primer trago.
     —Porque es costosa y usted la paga caballero, si quiere beber orín de cerdo y paga bien por él, yo se lo serviré.

    Al decir esto, tanto el cliente como el cantinero ríen a carcajadas. Traje negro, como le llaman, es un cliente tranquilo y eso es de agradecer en una cantina; bebe su jarra en solitario, la única charla que tiene es con el cantinero y es sobre negocios o para que le rellene la jarra, hacen chistes ocasionales de lo mala que es su bebida y cuando está de buenas pide un huevo en salmuera. Las horas pasan y Traje negro sigue bebiendo. Han pasado cuatro horas desde que llegó y va por la mitad de su segunda jarra. Nuevos clientes llegan y otros se marchan, él sigue bebiendo y no se retirará hasta que reciba la llamada al celular que le indique a dónde tiene que ir.
    
    Ya dan las diez de la noche y la cantina está en pleno apogeo, no cabe un alfiler, todos beben tranquilos, nadie se mete con nadie y eso es algo que no puede ser tolerado. Al destino no le gusta que existan cantinas sin una riña ocasional o un disturbio menor. Esta noche debe dar por terminada la vida de un cliente. El desafortunado es aquel regordete de la mesa del centro, con el pelo seboso y de color rubio oxigenado. Por la ropa de trabajo que tiene puesta y la peste que lo acompaña se intuye que trabaja en una gasolinera. Bebe para olvidar la poca suerte que ha tenido en los veintisiete años que ha vivido en el planeta, pero no le tengamos lástima, todo acabará para él en unos minutos.

     —Será mejor que nos marchemos Víctor —le aconseja su compañero de mesa.
     —Me iré cuando yo lo quiera, hip… —contesta el rubio borracho, con un hipeo, mientras se levanta—. Voy al cagadero.

     En su estado etílico tiene más gracia para moverse que al estar sobrio, se mueve con presteza entre las mesas, pero no puede evitar golpear a alguno de los bebedores en su camino, aun así nadie lo toma como un insulto. Será que notan que es un cadáver ambulante o están demasiado ebrios como para enfadarse. Logra salir airoso de la multitud que aloja las mesas y se acerca a la barra, abre el recipiente que contiene los huevos en salmuera y toma uno. Le pega un mordisco, los condimentos llenan su boca y la reacción no se hace esperar, corre directo al baño y en su trayecto atropella a Traje negro, el cual derrama su carísimo orín de cerdo.

     —Maldito estúpido —grita el cantinero—. Ten cuidado, es mi mejor cliente.
     —Me halaga el comentario —contesta Traje negro—, pero no correrá la sangre al río por un poco de cerveza derramada.

     Al cabo de un momento desde el baño de hombres se escuchan los alaridos del fofo y gruñidos sofocados por la puerta cerrada. El local se queda en un silencio sepulcral, todos fijan la vista en la puerta del servicio y de ella sale corriendo el pobre desdichado. Donde se encontraba la oreja izquierda ahora solo queda un colgajo sangrante y un sarpullido purulento le cubre la mejilla de ese mismo lado. Con pasos erráticos llega cerca de la barra y se desploma con la respiración entrecortada. Grandes pústulas llenas de pus se siguen formando en su rostro y se extienden a su boca.
     — ¿Pero qué demonios…? —alcanza a decir del cantinero ante tal espectáculo.
     —Esfffta…enffss...baffsssño…cugg…cugg… —son las últimas palabras del regordete.
   
 Un cadáver fresco siempre es un espectáculo fabuloso para las masas, pero el verlo morir delante de uno despierta el pánico, el ambiente se caldea. Unos curiosos corren a la salida y otros se mueven como moscas alrededor de la mierda escrutando el cuerpo inerte de la víctima.

     — ¿Tienes problemas sanitarios? —dice Traje negro mientras se levanta de su asiento predilecto.
     —Eso parece, pero ya me encargaré yo —afirma el cantinero que entre tanto saca de debajo de la barra una escopeta recortada.
     —No seas loco amigo, lo que necesitas es un profesional —dice mientras se quita el saco y dobla las mangas de su playera blanca—. Y yo soy El Pro.

     Hace algunos estiramientos, toma un picahielos que está sobre la barra y moja con un poco de saliva un par de servilletas, las cual coloca en sus oídos. Extiende un brazo hasta dejar la mano a pocos centímetros de la cara del cantinero, entre los dedos índice y corazón sostiene una tarjeta de presentación y en su rostro aparece una sonrisa de oreja a oreja que deja ver todos sus dientes.

2

    Abre la puerta del baño con cautela, a simple vista localiza los lavamanos a la derecha, el orinal comunal rebosante de hielo a la izquierda y al fondo los dos únicos privados que resguardan los retretes. El cagadero esta perfumado con la esencia común de los bares y cantinas de cualquier ciudad, esa mezcla de mierda, orines y vomito es tan añeja como un whisky de cincuenta años.

    Con el estremecimiento de una corazonada  reconoce que taparse los oídos de esa manera tan improvisada lo deja en desventaja, pero en el negocio siempre hay que ser preciado, no quiere quedar como el fofo. Le tiene mucho cariño a sus orejas, las conoce desde que era niño. Aun así El Profesional detecta el olor a sal, ve el moho fresco entre las baldosas y los charcos que pueblan el piso. El raciocinio le dice que no es posible, están tierra dentro, pero le ignora.  No es la primera vez que decide seguir a sus corazonadas y en casi todas ellas ha salido victorioso o con menos golpes y bofetadas de las que habría esperado.

    Entra en el baño examinando con cautela los privados, en especial de la derecha que tiene el cartel de “fuera de servicio”, se dirige con prudencia al reservado. Sostiene el picahielos en la mano izquierda, apuntando hacia atrás, como si fuera un puñal. Examina la puerta con detenimiento, la chapa está rota, el gordo debió romperla. Al abrirla lo único que ve es el fango apestoso de la bestia, que se ha creado un nidito espléndido entre mierda y barro. El espectáculo es desagradable, la peste es mucho peor que la que inunda el resto de la habitación, pero ha olido —y saboreado muy a su pesar— cosas peores. Se decide a buscar en el segundo cubículo, se mueve a la izquierda deslizando los pies, abre la puerta, no hay nada y eso solo significa que la ha cagado. Sabe que al girar sobre su eje estará acorralado, entre la alimaña y el retrete.

3

    Desde que entró por la cañería con muchas dificultades, la bestia ha estado comiendo los desechos de los humanos. El hambre y la falta de su elemento natural lo tienen irritado, pero la gota que colmó el vaso, fue el gordo invadiendo su espacio. Por el apetito y la defensa territorial ha probado la carne humana…y le gusta, tiene un mejor sabor y textura que la mierda que dejan los ebrios. En comparación, los peces de los que se alimenta son asquerosos.

    Cuando el gordo forcejeó por liberarse de él, lo arrojó en el  mingitorio, donde ahora se retuerce entre el hielo amarillento, apenas deja salir la sonrosada cabeza coronada por una pelusilla rubia.  Sus ojos negros y redondos se asoman por el borde del líquido logrando identificar la silueta de El Pro, saca la trompa porcina para olfatear. Ensartados en los afilados colmillos, un par de cilindros de hielo se derriten entre el vaho de su aliento. Su cerebro primitivo reconoce como una amenaza al extraño, generación tras generación de Cuchivilus han heredado sistemas de alerta y defensa que se han activado. Repliega el lomo peludo y musculoso apoyando las extremidades delanteras preparándose para salir del tiesto, al inclinarse deja ver la parte de su trasero, justo en el punto donde la piel rosada se transforma en una maraña de escamas negras. Bajo los hielos donde deberían estar los jamones si hubiese sido un cerdo normal, se encuentra una cola viperina que a modo de remo lo ayuda a salir del orinal. Las manos enfundadas en pesuñas negras cuelgan inertes a sus costados, repta cual serpiente. Algo tan gordo moviéndose de esa forma es irrisorio, el sentimiento es desmoralizado el abundante salivar de la sabandija, que saborea por adelantado la carne de la nueva víctima.

4

    Como lo predijo, está ahí, erecto sobre su cola viperina, resoplando por la trompa y salivando. La corazonada es correcta, es un Cuchivilu. Se alegra de que sea uno pequeño, no debe rebasar de los tres años de edad.

Сладости[1]…usted no debería estar aquí— dice El Profesional eufórico con una sonrisa de medio lado y un brillo en los ojos que le da la apariencia de un niño en una dulcería.

    Sabe lo que tiene que hacer en el primer ataque: cerrar el hocico. El gruñido de la bestia acorta la vida, ese canto de la muerte fulminó al gordinflón. Comprende el riesgo de arremeter contra el hocicar, los aguzados colmillos son capaces de cortar su escueta extremidad, el menor de los problemas es la saliva, el contacto con ella lo dejara roñoso y purulento. Asimismo ha de cuidarse de la cola con la cual puede apresarlo como si se tratara de una boa constrictora y dejarlo a merced de las pezuñas que lo aplastaran hasta dejarlo como carne molida.

    Entre tanta cavilación, el Cuchivilu toma la iniciativa, se arroja sobre él, haciendo muelle con la cola para darse impulso. Lo que no sabe la criatura es que todo está fríamente calculado. El Profesional salta hacia atrás, apoyando los pies en el inodoro logra ganar altura, se coloca por encima y deja caer todo su peso sobre la bestia porcina. Arrodillado sobre las manos de la fiera, sujeta el picahielos con ambas manos y apuñala la papada porcuna. La baba escurre por los carrillos empapándole las manos, ya comienza el escozor de las insipientes postulas. El canto mortífero esta neutralizado, aun así no puede cantar victoria. Ahora la mano derecha tendrá que hacer de bozal, para permitir que la izquierda apuñale y desgarre la garganta hasta llegar a la columna cervical donde cortará todo contacto nervioso.

— ¿Que sucede ARCHE[2]?, Te comió la lengua El Pro. — le dice riendo, pinchando y desgarrando, es un trabajo difícil el cogote es ancho y grasiento.

    La satisfacción y adrenalina del momento le nublan los sentidos, eso provoca que no perciba la cola deslizándose por su espalda. El rabo escamoso se enreda en el cuello dejándolo sin aliento, ya no hay risas. Sabe que no podrá liberarse, el contacto con las escamas corta la piel. La única solución es soltar el morro del animal y usar ambas manos para terminar de decapitarlo. Así lo hace, mueve las manos lo más rápido que puede y resiste a la presión que el apéndice ejerce sobre su cuello. En los últimos momentos el Cuchivilu logra emitir débiles gruñidos, que penetran los improvisados tapones auditivos. Tal vez le arrebaten unos segundos de existencia, pero él quitará la vida. Es un precio justo a pagar.

[1] Dulzura.
[2] Idiota.

5

    El cantinero se pasea nervioso entre los pocos metros que conectan la puerta del baño y la barra. Entre las manos temblorosas lleva la escopeta recortada, las risotadas de El Profesional lo han perturbado más que la muerte que acaba de presenciar. Un debate tiene lugar entre los pocos clientes: entrar y ver qué demonios pasa o esperar a que salga otro cadáver ambulante.  De pronto solo existe el silencio, tanto en el baño como en la cantina.

    Todos clavan la mirada en la puerta, como si fuera la mujer más hermosa del mundo, esperando a que se desnude para ellos. La puerta se abre con lentitud, casi a cámara lenta, con una sonrisa cínica en los labios y la cabeza de un cerdo bajo el brazo se presenta ante ellos.

—Listo colegas, ¿a quién le toca follar ahora con Miss Piggy?— dice Traje negro a la muchedumbre. —Vamos chicos que ya esta mojadita, ja ja ja ja.

    Nadie ríe por la ocurrencia. Él sabe que su estampa no es la mejor del mundo, empapado con la sangre de la bestia, las perneras del pantalón llenas de barro — dios quiera que no sea mierda— y un salpullido reciente en las manos, ofrecen un aspecto deplorable. Camina como si anduviera por el parque, sorteando entre los pocos curiosos, se mete detrás de la barra. Coloca la cabeza en un banquillo para poder asearse, encuentra la tarja que usa el cantinero abre la llave y con toda calma limpia la sangre que le cubre las manos y parte del rostro.

—Tenias a un Cuchivilu, es muy raro que estén tan adentro del continente, te aconsejo que revises la cañería y será mejor que busques una vieja chilote, el baño ahora esta maldito— le dice al cantinero como si hablara de una plaga de termitas. — yo no hago ese tipo de trabajo, si le das el cadáver a la anciana no te cobrara la gracia.

Al mencionar la palabra cadáver, tanto cantinero como chusma desvían la mirada al cuerpo inerte del despachador  de gasolina.

Me refiero al que está dentro del baño—dice riendo mientras se inclina sobre la barra para coger el saco— si no quieres hablarle a la policía se de alguien que puede removerlo de tu establecimiento. No digo que sea barato y si lo haces tendría mucho cuidado al visitar algunos restaurantes de la capital. — saca del bolsillo interior del saco su móvil y busca algunos números telefónicos los cuales anota en una servilleta y la deja sobre la barra.

Si fuera tú, conservaría la cabeza— dice dando le unas palmaditas en los mofletes al Cuchivilu—Bien creo que eso es todo, mis honorarios son algo elevados, pero digamos que me pagaste con cerveza y…
— ¿Quién demonios eres?— le interrumpe el cantinero apuntándole con el arma de fuego.
¿дерьмом, ¿Она является то, что никто не читает карты представления?[3]— dice en una lengua extraña para los presentes con una mueca de exasperación.

    Ante tales palabras los presentes se miran entre ellos confusos, el cantinero que no deja de apuntarle con la escopeta tiembla como una gelatina. La tensión crece con cada segundo hasta que el sonido ridículo de un celular rompe el hielo.

♪♫¡Hola papi, tienes una llamada!, anda tócame, presiona mi botón, vamos, vamos, tócalo, tócalo sabes que me gusta, vamos papi, ¡ha!, ¡ha!, ¡HAAAA!♫♪

—Lindo sonido ¿Verdad?, lo grabé de una amiguita. — dice riéndose y rodea la barra — tengo que contestar esta llamada y tú tienes que hacer otras tantas.

    Camina hacia la salida con el mismo paso tranquilo, nadie intenta detenerlo, parece que el sonido del celular los tiene hipnotizados, cruza la puerta de vaivén. No  hay necesidad de contestar la llamada, la persona que marcó el número está frente a él. Una hermosa joven de cabello ondulado color castaño lo espera al volante del Doge Charger del sesenta y nueve, color negro como su traje.

— ¡Hey Zee! —dice la joven — ¿Te divertiste con tus amiguitos?
—Un poco, Karina —contesta a la joven — abre el maletero, necesito un cambio de ropa.

    Karina presiona un botoncito en el tablero y el maletero se abre, en su interior se halla una maleta repleta de cambios idénticos. Zee se desnuda en plena calle y se enfunda en la ropa limpia. Guarda el atuendo sucio en una bolsa plástica y la coloca al fondo de la cajuela. Rodea el coche y se acomoda en el asiento del copiloto.

— ¿Cómo va tu día cariño?— pregunta con sarcasmo la joven y pone el auto en marcha.
— De lo lindo, hasta que vi que usas pantalones, te he dicho que me gusta que uses minifalda— le dice tratando de tocarle la pierna.
— No me tocaras con esa asquerosidad —declara con una mueca de asco señalando la extremidad sarnosa.
— Es una herida de guerra, con un poco de pomada desparecerán los granos.
— No me refería a los granos.
— Creo que tienes que aprender un poco de modales— dice Zee haciendo un puchero y mirándose la mano.
—Y tú tendrías que aprender a conducir, no seré tu chofer toda la vida. —dice Karina con una sonrisa picara en los labios.
¡Парфюмерия этой истории¡[4] contesta Zee.

    El auto frena en seco, derrapa unos metros hasta detenerse, al no llevar puesto el cinturón de seguridad, Zee se golpea la frente contra el tablero. La sangre no tarda en correr desde la frente hasta la mejilla.

— ¡Español! —grita Karina— ¡Hablamos español, Zee!, si vuelves a hablarme en ruso, te meteré la llave del coche por el culo.
¡Дерьмо..![5]—ahoga en un gritito el hombre — eso no cuenta querida — se justifica ante ella.

    Karina enciende el automóvil y mete la primera marcha. Conduce en silencio los primeros kilómetros, mira a Zee de reojo quien ya se encuentra dormido, al verlo no puede evitar sonreir con ternura. El trayecto es largo, se dirigen a México, en la ciudad de Guadalajara los espera Marina, una amiga de la infancia.


[3] Mierda, ¿Es que nadie lee la tarjeta de presentación?
[4]¡Sigues con ese cuento!
[5]¡Mierd..!

 Epilogo

    En la pared de una cantinucha de Chile, se halla la cabeza embalsamada de un cerdo, en la madera que lo acompaña enmarcado tras un recuadro de vidrio se encuentra una tarjeta de presentación manchada de sangre y cerveza, con los siguientes datos:



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Agaradecimiento especial a Carmen, quien es mi editora desde que decidí seguir con esto de imaginar historias, también es la Directora del Taller Comunitario de Literatura, que se lleva acabo en


3 comentarios:

  1. Genial Pepillo!!!!
    Muy buena historia!
    Extrañaba leer algo tuyo, y con esto he quedado ampliamente satisfecha!(Y de paso ahora extraño UN POQUITO MENOS Opopónaco!)
    El Cuchivilu está asquerosamente bien descripto!
    Espero más relatos!!! :)

    Felicitaciones!!!!

    (Después de lo que me contaste el otro día tenía un poco de miedo de leerlo, pero te has portado bien!! :P)

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  2. jajajajajajajajaja...

    Muy bueno Pepé...!!! una idea cualquiera que has convertido en excelente =D... valió la pena la espera.

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  3. Te felicito, Pepe, por tan original relato. Es divertido, misterioso y revulsivo. El Profesional está muy bien creado. Lográs que uno quiera seguir leyendo hasta el final y eso me gusta en una historia. Odio cuando estoy leyendo y me empiezo a estirar desperezándome; cuando una historia es ágil esas cosas no pasan y con El profesional no pasó. Lo único que me traumó es que tenía una imagen bien definida del Profesional hasta que leo la tarjeta de presentación, jajajajaja. Me la borraste de un cachetazo, jajajajaja.
    Tu imaginación es maravillosa, Pepe. Alimentala para que no decaiga.
    25 de septiembre de 2011 13:41

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