sábado, 4 de febrero de 2012

El Profesional 1ra y 2da entrega.





Primer Curso: Identificación y  análisis de habilidades


—Usted es nuestra última esperanza —dijo el padre desviando la mirada al piso—, sabemos que puede ayudarnos.

—Después de lo que paso en el colegio…no podemos volver —dijo la madre retorciendo el borde de la blusa nerviosamente.

—¿Es retrasado? —preguntó el hombre con marcado acento español. Se ajustó la línea de planchado en el pantalón y se acercó al chico, quien se encogió tratando de desaparecer.

—Es listo como una serpiente —contestó el progenitor— pero…parece tener un olfato especial para los problemas.

—¿A qué se refiere?

—Desapareció por dos días —respondió la señora sin dejar de torcerse la ropa—. Estábamos desesperados. Cuando lo encontramos era medianoche, estaba en el patio del colegio tratando de sacar a tres niños de un pozo. Se había arrancado las uñas al tratar de abrir la tierra. No avisó a nadie. Trató de hacerlo él mismo. Uno de ellos estaba muerto...y mi hijo…aun tiene pesadillas.

—No os preocupéis. Yo me haré cargo de él. Sabré cómo potenciar ese talento natural —afirmó El Profesor con una peculiar sonrisa en la cara, mientras miraba al larguirucho infante que se ocultaba detrás de su madre.



— I —


CHILE


La cantina


1


     Es cerca del mediodía cuando entra a la cantina. Al pasar por la puerta de vaivén nadie se sorprende al verlo, hace semanas visita el lugar. Como es su costumbre, luce una afable sonrisa en la boca. El poco personal que se encuentra en el local lo saluda con un movimiento de manos y él responde a la cortesía. Siempre hay algún curioso que lo barre con la mirada, de arriba abajo, y no lo culpamos. Es difícil adivinar su edad, digamos que está entre los treinta y tantos y los cuarenta y pocos. Lleva el pelo negro echado para atrás, al natural, no le van esos chismes que se usan para fijar el cabello. Lleva un traje de dos piezas color negro y una playera color blanca de cuello en V. Camina a paso tranquilo con la vista fija en la barra buscando su lugar especial, ese donde solo tiene que dar unos pasos para llegar al sanitario y donde no tiene que verle la cara a los curiosos. Se sienta y se prepara para hacer el pedido.

  

  —Una jarra de Sproff bien fría —ordena al cantinero mientras se desabotona el saco—. Que sea cla…

     —Clara, ya lo sé —le interrumpe el cantinero—. Siembre Sproff —comenta mientras la saca de la nevera y se la sirve.

     —Es la mejor cerveza para mi paladar —dice el tipo del traje.

     —Bien lo ha dicho señor, para su paladar, por lo que a mí respecta es la peor cerveza que el mundo se ha dignado en crear.

     —Si es la peor cerveza, ¿Por qué la sigo encontrando en esta cantinucha? —dice el hombre del traje con una sonrisa descarada y da su primer trago.

     —Porque es costosa y usted la paga caballero, si quiere beber orín de cerdo y paga bien por él, yo se lo serviré.


    Al decir esto, tanto el cliente como el cantinero ríen a carcajadas. Traje negro, como le llaman, es un cliente tranquilo y eso es de agradecer en una cantina; bebe su jarra en solitario, la única charla que tiene es con el cantinero y es sobre negocios o para que le rellene la jarra, hacen chistes ocasionales de lo mala que es su bebida y cuando está de buenas pide un huevo en salmuera. Las horas pasan y Traje negro sigue bebiendo. Han pasado cuatro horas desde que llegó y va por la mitad de su segunda jarra. Nuevos clientes llegan y otros se marchan, él sigue bebiendo y no se retirará hasta que reciba la llamada al celular que le indique a dónde tiene que ir.

    

    Ya dan las diez de la noche y la cantina está en pleno apogeo, no cabe un alfiler, todos beben tranquilos, nadie se mete con nadie y eso es algo que no puede ser tolerado. Al destino no le gusta que existan cantinas sin una riña ocasional o un disturbio menor. Esta noche debe dar por terminada la vida de un cliente. El desafortunado es aquel regordete de la mesa del centro, con el pelo seboso y de color rubio oxigenado. Por la ropa de trabajo que tiene puesta y la peste que lo acompaña se intuye que trabaja en una gasolinera. Bebe para olvidar la poca suerte que ha tenido en los veintisiete años que ha vivido en el planeta, pero no le tengamos lástima, todo acabará para él en unos minutos.


     —Será mejor que nos marchemos Víctor —le aconseja su compañero de mesa.

     —Me iré cuando yo lo quiera, hip… —contesta el rubio borracho, con un hipeo, mientras se levanta—. Voy al cagadero.


     En su estado etílico tiene más gracia para moverse que al estar sobrio, se mueve con presteza entre las mesas, pero no puede evitar golpear a alguno de los bebedores en su camino, aun así nadie lo toma como un insulto. Será que notan que es un cadáver ambulante o están demasiado ebrios como para enfadarse. Logra salir airoso de la multitud que aloja las mesas y se acerca a la barra, abre el recipiente que contiene los huevos en salmuera y toma uno. Le pega un mordisco, los condimentos llenan su boca y la reacción no se hace esperar, corre directo al baño y en su trayecto atropella a Traje negro, el cual derrama su carísimo orín de cerdo.


     —Maldito estúpido —grita el cantinero—. Ten cuidado, es mi mejor cliente.

     —Me halaga el comentario —contesta Traje negro—, pero no correrá la sangre al río por un poco de cerveza derramada.


     Al cabo de un momento desde el baño de hombres se escuchan los alaridos del fofo y gruñidos sofocados por la puerta cerrada. El local se queda en un silencio sepulcral, todos fijan la vista en la puerta del servicio y de ella sale corriendo el pobre desdichado. Donde se encontraba la oreja izquierda ahora solo queda un colgajo sangrante y un sarpullido purulento le cubre la mejilla de ese mismo lado. Con pasos erráticos llega cerca de la barra y se desploma con la respiración entrecortada. Grandes pústulas llenas de pus se siguen formando en su rostro y se extienden a su boca.


     —¿Pero qué demonios…? —alcanza a decir del cantinero ante tal espectáculo.

     —Esfffta…enffss...baffsssño…cugg…cugg… —son las últimas palabras del regordete.

   

 Un cadáver fresco siempre es un espectáculo fabuloso para las masas, pero el verlo morir delante de uno despierta el pánico, el ambiente se caldea. Unos curiosos corren a la salida y otros se mueven como moscas alrededor de la mierda escrutando el cuerpo inerte de la víctima.


     —¿Tienes problemas sanitarios? —dice Traje negro mientras se levanta de su asiento predilecto.

     —Eso parece, pero ya me encargaré yo —afirma el cantinero que entre tanto saca de debajo de la barra una escopeta recortada.

     —No seas loco amigo, lo que necesitas es un profesional —dice mientras se quita el saco y dobla las mangas de su playera blanca—. Y yo soy El Pro.


     Hace algunos estiramientos, toma un picahielos que está sobre la barra y moja con un poco de saliva un par de servilletas, las cual coloca en sus oídos. Extiende un brazo hasta dejar la mano a pocos centímetros de la cara del cantinero, entre los dedos índice y corazón sostiene una tarjeta de presentación y en su rostro aparece una sonrisa de oreja a oreja que deja ver todos sus dientes.


2


    Abre la puerta del baño con cautela, a simple vista localiza los lavamanos a la derecha, el orinal comunal rebosante de hielo a la izquierda y al fondo los dos únicos privados que resguardan los retretes. El cagadero esta perfumado con la esencia común de los bares y cantinas de cualquier ciudad, esa mezcla de mierda, orines y vomito es tan añeja como un whisky de cincuenta años.


    Con el estremecimiento de una corazonada  reconoce que taparse los oídos de esa manera tan improvisada lo deja en desventaja, pero en el negocio siempre hay que ser preciado, no quiere quedar como el fofo. Le tiene mucho cariño a sus orejas, las conoce desde que era niño. Aun así El Profesional detecta el olor a sal, ve el moho fresco entre las baldosas y los charcos que pueblan el piso. El raciocinio le dice que no es posible, están tierra dentro, pero le ignora.  No es la primera vez que decide seguir a sus corazonadas y en casi todas ellas ha salido victorioso o con menos golpes y bofetadas de las que habría esperado.


    Entra en el baño examinando con cautela los privados, en especial de la derecha que tiene el cartel de “fuera de servicio”, se dirige con prudencia al reservado. Sostiene el picahielos en la mano izquierda, apuntando hacia atrás, como si fuera un puñal. Examina la puerta con detenimiento, la chapa está rota, el gordo debió romperla. Al abrirla lo único que ve es el fango apestoso de la bestia, que se ha creado un nidito espléndido entre mierda y barro. El espectáculo es desagradable, la peste es mucho peor que la que inunda el resto de la habitación, pero ha olido —y saboreado muy a su pesar— cosas peores. Se decide a buscar en el segundo cubículo, se mueve a la izquierda deslizando los pies, abre la puerta, no hay nada y eso solo significa que la ha cagado. Sabe que al girar sobre su eje estará acorralado, entre la alimaña y el retrete. 


3


    Desde que entró por la cañería con muchas dificultades, la bestia ha estado comiendo los desechos de los humanos. El hambre y la falta de su elemento natural lo tienen irritado, pero la gota que colmó el vaso, fue el gordo invadiendo su espacio. Por el apetito y la defensa territorial ha probado la carne humana…y le gusta, tiene un mejor sabor y textura que la mierda que dejan los ebrios. En comparación, los peces de los que se alimenta son asquerosos.


    Cuando el gordo forcejeó por liberarse de él, lo arrojó en el  mingitorio, donde ahora se retuerce entre el hielo amarillento, apenas deja salir la sonrosada cabeza coronada por una pelusilla rubia.  Sus ojos negros y redondos se asoman por el borde del líquido logrando identificar la silueta de El Pro, saca la trompa porcina para olfatear. Ensartados en los afilados colmillos, un par de cilindros de hielo se derriten entre el vaho de su aliento. Su cerebro primitivo reconoce como una amenaza al extraño, generación tras generación de Cuchivilus han heredado sistemas de alerta y defensa que se han activado. Repliega el lomo peludo y musculoso apoyando las extremidades delanteras preparándose para salir del tiesto, al inclinarse deja ver la parte de su trasero, justo en el punto donde la piel rosada se transforma en una maraña de escamas negras. Bajo los hielos donde deberían estar los jamones si hubiese sido un cerdo normal, se encuentra una cola viperina que a modo de remo lo ayuda a salir del orinal. Las manos enfundadas en pesuñas negras cuelgan inertes a sus costados, repta cual serpiente. Algo tan gordo moviéndose de esa forma es irrisorio, el sentimiento es desmoralizado el abundante salivar de la sabandija, que saborea por adelantado la carne de la nueva víctima.


4


    Como lo predijo, está ahí, erecto sobre su cola viperina, resoplando por la trompa y salivando. La corazonada es correcta, es un Cuchivilu. Se alegra de que sea uno pequeño, no debe rebasar de los tres años de edad.


Sladostʹ (Dulzura)… usted no debería estar aquí —dice El Profesional eufórico con una sonrisa de medio lado y un brillo en los ojos que le da la apariencia de un niño en una dulcería.


    Sabe lo que tiene que hacer en el primer ataque: cerrar el hocico. El gruñido de la bestia acorta la vida, ese canto de la muerte fulminó al gordinflón. Comprende el riesgo de arremeter contra el hocicar, los aguzados colmillos son capaces de cortar su escueta extremidad, el menor de los problemas es la saliva, el contacto con ella lo dejara roñoso y purulento. Asimismo ha de cuidarse de la cola con la cual puede apresarlo como si se tratara de una boa constrictora y dejarlo a merced de las pezuñas que lo aplastaran hasta dejarlo como carne molida.


    Entre tanta cavilación, el Cuchivilu toma la iniciativa, se arroja sobre él, haciendo muelle con la cola para darse impulso. Lo que no sabe la criatura es que todo está fríamente calculado. El Profesional salta hacia atrás, apoyando los pies en el inodoro logra ganar altura, se coloca por encima y deja caer todo su peso sobre la bestia porcina. Arrodillado sobre las manos de la fiera, sujeta el picahielos con ambas manos y apuñala la papada porcuna. La baba escurre por los carrillos empapándole las manos, ya comienza el escozor de las insipientes postulas. El canto mortífero esta neutralizado, aun así no puede cantar victoria. Ahora la mano derecha tendrá que hacer de bozal, para permitir que la izquierda apuñale y desgarre la garganta hasta llegar a la columna cervical donde cortará todo contacto nervioso.


— ¿Que sucede idiot (Idiota)? Te comió la lengua El Pro —le dice riendo, pinchando y desgarrando, es un trabajo difícil el cogote es ancho y grasiento.


    La satisfacción y adrenalina del momento le nublan los sentidos, eso provoca que no perciba la cola deslizándose por su espalda. El rabo escamoso se enreda en el cuello dejándolo sin aliento, ya no hay risas. Sabe que no podrá liberarse, el contacto con las escamas corta la piel. La única solución es soltar el morro del animal y usar ambas manos para terminar de decapitarlo. Así lo hace, mueve las manos lo más rápido que puede y resiste a la presión que el apéndice ejerce sobre su cuello. En los últimos momentos el Cuchivilu logra emitir débiles gruñidos, que penetran los improvisados tapones auditivos. Tal vez le arrebaten unos segundos de existencia, pero él quitará la vida. Es un precio justo a pagar.


5


    El cantinero se pasea nervioso entre los pocos metros que conectan la puerta del baño y la barra. Entre las manos temblorosas lleva la escopeta recortada, las risotadas de El Profesional lo han perturbado más que la muerte que acaba de presenciar. Un debate tiene lugar entre los pocos clientes: entrar y ver qué demonios pasa o esperar a que salga otro cadáver ambulante.  De pronto solo existe el silencio, tanto en el baño como en la cantina.


    Todos clavan la mirada en la puerta, como si fuera la mujer más hermosa del mundo, esperando a que se desnude para ellos. La puerta se abre con lentitud, casi a cámara lenta, con una sonrisa cínica en los labios y la cabeza de un cerdo bajo el brazo se presenta ante ellos.


—Listo colegas, ¿a quién le toca follar ahora con Miss Piggy? —dice Traje negro a la muchedumbre—. Vamos chicos que ya esta mojadita, ja, ja, ja, ja.


    Nadie ríe por la ocurrencia. Él sabe que su estampa no es la mejor del mundo, empapado con la sangre de la bestia, las perneras del pantalón llenas de barro —dios quiera que no sea mierda— y un salpullido reciente en las manos, ofrecen un aspecto deplorable. Camina como si anduviera por el parque, sorteando entre los pocos curiosos, se mete detrás de la barra. Coloca la cabeza en un banquillo para poder asearse, encuentra la tarja que usa el cantinero abre la llave y con toda calma limpia la sangre que le cubre las manos y parte del rostro.


—Tenias a un Cuchivilu, es muy raro que estén tan adentro del continente, te aconsejo que revises la cañería y será mejor que busques una vieja chilote, el baño ahora esta maldito —le dice al cantinero como si hablara de una plaga de termitas—, yo no hago ese tipo de trabajo, si le das el cadáver a la anciana no te cobrara la gracia.


Al mencionar la palabra cadáver, tanto cantinero como chusma desvían la mirada al cuerpo inerte del despachador  de gasolina.


—Me refiero al que está dentro del baño —dice riendo mientras se inclina sobre la barra para coger el saco— si no quieres hablarle a la policía se de alguien que puede removerlo de tu establecimiento. No digo que sea barato y si lo haces tendría mucho cuidado al visitar algunos restaurantes de la capital —saca del bolsillo interior del saco su móvil y busca algunos números telefónicos los cuales anota en una servilleta y la deja sobre la barra.


—Si fuera tú, conservaría la cabeza —dice dando le unas palmaditas en los mofletes al Cuchivilu—. Bien creo que eso es todo, mis honorarios son algo elevados, pero digamos que me pagaste con cerveza y…

—¿Quién demonios eres? —le interrumpe el cantinero apuntándole con el arma de fuego.

Chert, ¿Ne kto-nibudʹ chitatʹkartu? (Joder, ¿Es que nadie lee la tarjeta de presentación?) — dice en una lengua extraña para los presentes con una mueca de exasperación.


    Ante tales palabras los presentes se miran entre ellos confusos, el cantinero que no deja de apuntarle con la escopeta tiembla como una gelatina. La tensión crece con cada segundo hasta que el sonido ridículo de un celular rompe el hielo.


♪♫¡Hola papi, tienes una llamada!, anda tócame, presiona mi botón, vamos, vamos, tócalo, tócalo sabes que me gusta, vamos papi, ¡ha!, ¡ha!, ¡HAAAA!♫♪


—Lindo sonido ¿Verdad?, lo grabé de una amiguita —dice riéndose y rodea la barra—. Tengo que contestar esta llamada y tú tienes que hacer otras tantas.


    Camina hacia la salida con el mismo paso tranquilo, nadie intenta detenerlo, parece que el sonido del celular los tiene hipnotizados, cruza la puerta de vaivén. No  hay necesidad de contestar la llamada, la persona que marcó el número está frente a él. Una hermosa joven de cabello ondulado color castaño lo espera al volante del Doge Charger del sesenta y nueve, color negro como su traje.


—¡Hey Zee! —dice la joven— ¿Te divertiste con tus amiguitos?

—Un poco, Karina —contesta a la joven— abre el maletero, necesito un cambio de ropa.


    Karina presiona un botoncito en el tablero y el maletero se abre, en su interior se halla una maleta repleta de cambios idénticos. Zee se desnuda en plena calle y se enfunda en la ropa limpia. Guarda el atuendo sucio en una bolsa plástica y la coloca al fondo de la cajuela. Rodea el coche y se acomoda en el asiento del copiloto.


—¿Cómo va tu día cariño? —pregunta con sarcasmo la joven y pone el auto en marcha.

—De lo lindo, hasta que vi que usas pantalones, te he dicho que me gusta que uses minifalda —le dice tratando de tocarle la pierna.

—No me tocaras con esa asquerosidad —declara con una mueca de asco señalando la extremidad sarnosa.

—Es una herida de guerra, con un poco de pomada desparecerán los granos.

—No me refería a los granos.

—Creo que tienes que aprender un poco de modales —dice Zee haciendo un puchero y mirándose la mano.

—Y tú tendrías que aprender a conducir, no seré tu chofer toda la vida —dice Karina con una sonrisa picara en los labios.

— ¡Tem ne menyee s etoĭ istoriyeĭ! (¡Sigues con ese cuento!) — contesta Zee.


    El auto frena en seco, derrapa unos metros hasta detenerse, al no llevar puesto el cinturón de seguridad, Zee se golpea la frente contra el tablero. La sangre no tarda en correr desde la frente hasta la mejilla.


—¡Español! —grita Karina— ¡Hablamos español, Zee!, si vuelves a hablarme en ruso, te meteré la llave del coche por el culo.

¡Derʹmo..! (¡Mierd..!)—ahoga en un gritito el hombre— eso no cuenta querida —se justifica ante ella.


    Karina enciende el automóvil y mete la primera marcha. Conduce en silencio los primeros kilómetros, mira a Zee de reojo quien ya se encuentra dormido, al verlo no puede evitar sonreír con ternura. La ciudad de Guadalajara en México es su destino.


6


    En la pared de una cantinucha de Chile, se halla la cabeza embalsamada de un cerdo, en la madera que lo acompaña enmarcado tras un recuadro de vidrio se encuentra una tarjeta de presentación manchada de sangre y cerveza, con los siguientes datos:







Orquídea

     

El camino fangoso y adoquinado lleva directo al centro del pueblo. Hace tanto frío que la mayoría de las casuchas tienen aun las cortinas y ventanas cerradas. Un ladrido a lo lejos rompe el silencio de la pequeña ciudad adormecida. Ella camina sin mirar alrededor, ciega a los detalles, a los techos escurridos, a las macetas vacías, a las verjas podridas. Apenas soporta el hedor a oveja que impregna su nariz. Ahí está el olor. La peste. Después de estar tanto tiempo encerrada, inactiva, a la espera, no se puede acostumbrar a ese maldito olor a humanidad. Se lleva la pequeña mano a la cara, haciendo un esfuerzo por no vomitar.


    Respira profundamente pero es peor. Cierra los ojos y se concentra sus pensamientos en la orquídea, deja que sus brazos se relajen y enfoca su energía en encontrar a su objetivo. Se olvida de las largas noches rogando por una oportunidad, de todo el tiempo de cotidianidad obligada, del asco profundo que le daba despertar cada día para encontrar con que seguía viva y funcionó. Problema atenuado. De momento la debilidad se ha esfumado y está segura de que, como siempre, cumplirá su cometido. Al abrir los ojos vuelve a tener el control y su olfato sobrenatural distingue el aroma a la sangre que derramo Él. Continúa caminando.


    Entra al bar sin notar que su presencia interrumpe el barullo regular de los parroquianos, quienes dejan sus asuntos para observar a la pequeña mujer oriental, inexpresiva e indiferente que ha irrumpido en el lugar. Una persona común y corriente se hubiese asombrado de que una cantina estuviera a reventar a las ocho de la mañana, pero ella no. Ella sabe que los sitios visitados por Él se convierten al instante en sitios de culto, curiosos e incrédulos son atraídos, no sólo por las historias que se cuentan de estos lugares; sino porque la energía que Él deja a su paso se magnetiza, purificando y reconfortando a los que entran en su radio de acción. El trabajo de El Pro como se hace llamar, limpiaba el ambiente. Además el atractivo visual de la cabeza de cerdo colgada en la pared hace su parte.


    Se sienta a la barra, esperando que el cantinero la atendiera. Tres tipos enormes levantan sus tarros para brindar a la salud de la mujercita cuando ella los miró sin interés. Tal vez esperan que se acercara a ellos; quizás sólo esperan un asentimiento o una sonrisa. Pero estos tipos no la conocen. Ella es Yúrei. La única Yúrei en el mundo. Y Yúrei no sonríe.


   El dueño de la cantina se acerca por fin, secándose las manos con un trapo sucio y grasiento. Con el mismo trapo se limpió la frente sudorosa; se intimida ante los ojos orientales que lo miran con asco desde el primer vistazo.


—¿Qué le sirvo... señora? —pregunta el hombretón fingiendo naturalidad aunque es evidente que está impresionado.

—¿Hacia dónde fue Traje Negro?


De pronto en medio de murmullos, los asistentes recuerdan que tienen cosas más importantes que hacer, inventan mil pretextos para abandonar el lugar. El cantinero los observa marcharse y abandonarlo con esa mujer que a todas luces estaba loca.


—No sé de quién me habla —alcanza a balbucir aclarándose la garganta. Lanza una breve mirada a la cabeza de cuchivilu colgada en la pared.


Yúrei tuerce los ojos en un gesto de impaciencia y lleva la mano derecha hacia la empuñadura de la katana oculta bajo el abrigo. El cantinero nota el movimiento y se replega al otro extremo de la barra.


—Caucásico, casi dos metros de estatura, hombros anchos, cabello muy bien peinado, sonríe demasiado, bebe solo cerveza Sproff y viste siempre un traje negro —Yúrei señala al cuchivilu detrás de ella  con el pulgar —. Te libró de ese bicho hace poco y te dio instrucciones para deshacerte de esa cosa que, como puede verse, no hiciste maldita oveja ignorante.

 —Él dijo que podía conservar la cabeza —replica temeroso. Tiene miedo y con razón—. ¿Lo conoce?

 —¡Eso no te importa! —espeta ella irritada—. Solo dime  a dónde fue y cómo.

 —No…no…no lo sé. Se marchó poco después de... de... de eso. No sé dónde está.


El pobre hombre no lo ve venir. Sin saber cómo se encuentra de pronto acorralado contra la estantería de vinos baratos y una espada en el cuello. La mujer ha saltado la barra con una agilidad increíble y presiona el filo de la katana contra la yugular. El cantinero se sabía fuerte. Años atrás habría derribado a un toro solo con sus manos, pero ahora su valentía se escurre por la entrepierna en un derrame inconsciente de orina. 


Yúrei no se aparta. Sigue mirándolo con esos ojos completamente negros tratando de descubrir la verdad. No debe de matar a nadie más, solo a su objetivo, pero el olor a oveja temerosa le excita las entrañas. Tuvo que controlarse para no separar en ese momento la cabeza del fétido cuerpo de ese estúpido humano que no deja de temblar.


—Sabes cómo encontrarlo —afirma.

—¡No! ¡Lo juro! —el tipo comienza a sollozar incontrolable.

—Si lo sabes. Puedo sentirlo —dije ella cortando un poco de la piel del cuello del hombre. La sangre escurre en un hilillo débil que amenaza con convertirse en un torrente.

—¡Tiene un teléfono! —grita el cantinero con la esperanza de que la presión de la espada disminuyera, pero es todo lo contrario. Ya no puede decir nada más. Su garganta queda seccionada en un segundo y todo lo que sube es que la mujer lo deja caer al suelo mugriento para que se desangre.


Una gélida mirada de indiferencia es lo que recibió el hombre agonizante, mientras Yúrei nota de nuevo el aroma de Él debajo de la registradora. Abre el cajoncillo de madera con un golpe y dentro, envuelto  en una tela roja, encuentra un picahielos manchado de sangre. Lo toma y lo guarda en su abrigo. Limpia la espada con la tela lista para salir. Pasa frente a la cabeza embalsamada en la pared y algo capta su atención. Una tarjeta de presentación protegida por una placa de vidrio. «¿Así de sencillo?» piensa. De un golpe con el puño estrella el cristal y despega la tarjeta; la lee y la guarda junto con el picahielos.


     —Te tengo —murmura y se marcha del pueblo. 



Segundo Curso: Logística y sus aplicaciones.


¡Otpusti menya! (¡Suéltame!) —suplicó el adolescente escupiendo al pronunciar, estaba tirado de espaldas en el piso, con la bota de la niña en el pecho.

—Yo solo hablo español. Y te aconsejo que tu también lo hables, si no quieres que te haga un hoyito en la barriga —dijo la pequeña presionando más con el talón.

YA ne ponimayu, ispanskiĭ (Yo no entiendo el español) —espetó el chico sorbiendo los mocos.

—¡Ja! Si no lo entiendes ¿por qué me contestas? —soltó una carcajada de triunfo al ver la cara de sorpresa del alfeñique.

—¿Hablas ruso? —quiso saber el muchacho.

—Dije que solo hablo español, zoquete.

—Dejaos ya de tanto cachondeo. Las peleas no están permitidas aquí —dijo El Profesor mientras leía un grueso libro sobre cuentos y leyendas.

—¿Qué hace ella aquí?

—Ella será tu recolectora —contestó el hombre sin despegar la vista del libro.

Moe ... chto?? (Mi… ¿Qué?)

—Recolectora, imbécil —dijo la niña.

—¿Cómo es posible que me entendiera?

—No te ha entendido —afirmó El Profesor—, pero sabe que has mentido al decir que no entiendes el español, ese es su talento.



—    II —


CHILE-PERÚ



Carretera Panamericana

1


Los ojos se le cierran, las líneas de la carretera se vuelven cada vez más borrosas y el coche ronronea con tanta suavidad que la arrulla. Parpadea con rapidez para despejar la vista, sube el volumen del radio sin hacer caso de los gruñidos semi-inconscientes de su compañero, quien protesta oníricamente sin terminar de despertarse. “!Jódete Zee!” piensa con malévolo placer.


Trata de concentrarse en conducir; viajar en coche es uno de los pocos placeres que aún puede conservar, aunque este automóvil no es su favorito —ella prefiere los Chevrolet—, nada mas relajante que pisar el acelerador y sentir ese pequeño empujón al cambiar la marcha. Le encanta. El cansancio parece ceder aunque ha conducido como posesa desde Argentina hasta esa cantina en Chile, sin contar con los días que pasó durmiendo en el coche, dando vueltas y observando los alrededores durante el día; mientras Zee intentaba descubrir la amenaza en ese antro de borrachos.


Según el mapa que consiguió antes de dejar el pueblo, la última estación de servicio está a poco más de diez kilómetros. Lo cual no podría ser más conveniente, en ese lugar podrá recargar combustible para el coche y el cuerpo. Intentará descansar un par de horas y preguntar si existe alguna carretera alterna, de poco uso para evitar la caseta fronteriza de la Panamericana. Si lo consigue, se proclamará el ser más inteligente de la tierra, aunque Zee le lance una mirada sarcástica. Tiene que conseguir cruzar a Perú sin que los descubran. Por “azares del destino” no llevan ninguna identificación. Y es posible que a los peruanos no les gusten las personas que tratan de entrar a su país sin pasaporte.


El chico que despacha la gasolina la mira con poco interés, se acerca al tanque apartándose el cabello de la cara. “Muy joven” piensa Karina “muy joven y raro”. El chico se detiene junto al coche y espera paciente a que ella hable, salude o en el mejor de los casos, que sea una de esas súper mujeres que se despachan solas.  


—Tanque lleno —le dice al joven del servicio al bajar del Dodge.

—¿Quiere que revise los niveles de agua y aceite?

—Y la compresión de los neumáticos, a treinta y cinco libras, no más, no menos —le dice Karina guiñándole el ojo—. ¿Hay alguien en el Mini-Market? o ¿tengo que esperarte?

—El jefe está dentro.

—El “mío” también —dice con ironía y una risita entrecortada señalando al asiento del copiloto—, así que no lo despiertes.


Camina directo a la pequeña tienda de autoservicio, espera encontrar algo más sustancioso que frituras y galletas, tal vez alguna sopa instantánea, pero no tiene mucha esperanza. Entra al local con tranquilidad, mira por todos lados para ver qué hay de interesante. A simple vista el lugar esta descuidado, faltan muchos productos en las estanterías y los que hay casi caducos. Recorre los pasillos tratando de encontrar algo que le agrade, toma algunas galletas y unas cuantas bolsas de frituras, se dirige a la nevera para buscar algo para beber, sólo encuentra agua embotellada. Sabe que Zee pondrá el grito en el cielo pero no hay Sproff, ni siquiera alguna otra marca de cerveza, no hay más que hacer en ese lugar, salvo recolectar. Se dirige a la caja, donde un tipo muy desagradable la espera.


—Hola, lindura. ¿Eso es todo? —dice el hombre mirando descaradamente los pechos de Karina.

—Sí y mis ojos están un poco más arriba —dijo con indiferencia. Aunque está acostumbrada a tratar con tipos así no dejaba de odiarlos. Es irónico y divertido trabajar con alguien que usa las mismas expresiones que le dan asco, pero Zvonimir es diferente. Zee tiene esa chispa especial.

—¿Y para qué quiero ver tus ojos? —afirma el tipo bajando la vista para limpiar el destartalado mostrador.

—Era de esperarse —contestó ella encogiéndose de hombros—. ¿Conoce alguna carretera secundaria que me lleve a un puerto fronterizo menos ajetreado?

—Claro que lo conozco, lindura. Pero tendrás que darme una pequeña compensación —dice el hombre con poca convicción tomando la muñeca de Karina.


La mirada de Karina detecta las señales. El obvio vistazo a sus pechos, la voz titubeante, la mano sudada y temblorosa, el borde de una revista escondida a medias bajo el mostrador, los ojos dulces y tristes, la sonrisa fingida.

—Escucha, mariquita reprimido, no tienes que fingir conmigo —replica Karina con un dejo de piedad sorprendiendo al dependiente—. Me importa una mierda lo que hagas en tu tiempo libre, si te la cascas pensando en el chico que repone el combustible es asunto tuyo. Dime lo que quiero saber y no tendremos problemas, me llevo tu secreto y nadie se entera de tus bailecitos nocturnos. Sólo di la verdad, odio que las personas me mientan.


El hombre no sabe cómo reaccionar, la tipa que tiene enfrente habla muy en serio. Ha descubierto su secreto. Prefiere decirle lo que quiere y deshacerse de ella, ¿Qué probabilidades tenía de volverla a ver?


—Siga por la Panamericana unos cuantos kilómetros más, a la izquierda encontrará un camino de terracería, pasa cerca de una colonia japonesa.



—Esta es una de mis preferidas — dice Zee al chico mostrándole una de las cartas de su baraja erótica.

 —¡Wow! Están geniales —expresó sorprendido al ver esas imágenes de mujeres desnudas. Acostumbra ver algo de porno de vez en cuando, pero esas imágenes son geniales, como si estuvieran echas especialmente para su dueño.

—Deja de presumir con tu nuevo amiguito —ordena una voz femenina a sus espaldas—. Es hora de irnos, guarda tus juguetes y sube al auto. ¿Cuánto te debo por él combustible?


Zvonimir no rechista, sube obediente al auto y se pone el cinturón. Ya averiguará que sucede, la voz de Karina es de preocupación.


—Son veintiocho mil trescientos cincuenta pesos por la carga de gasolina, más lo que guste por la revisión de niveles —le dice el chico.

—Bien, aquí tienes —extiende la mano para entregarle un puñado de billetes de veinte dólares— y será mejor que busques otro trabajo. ¡Pero ya! —sube al Dodge y enciende el coche para volver al camino.


Continúan por la Panamericana a velocidad moderada, Karina no quiere perder la salida al camino de terracería que le indicó el mariquita reprimido.


—Le di todo mi efectivo, unos quietos dólares —le dice de pronto a Zee al virar a la derecha en el camino de terracería—. Espero que tome mi consejo y se largue de ese lugar. En verdad no entiendo como tienes esperanza en los humanos Zee, hay algunos que son una mierda.

—Tú lo has dicho: “algunos” —responde a la réplica de Karina— ¿Cómo haremos para cruzar la frontera?

—Cruzaremos por este camino, lo más seguro es que encontremos un puesto fronterizo menor, pero con un pequeño incentivo monetario cruzaremos.


Con cada metro que recorren por ese camino terregoso, Zee siente un escalofrió que le recorre la espalda, los cabellos de la nuca se erizan y lo que antaño fue una extraña picazón en la nariz, le confirma que algo se va a poner muy feo por los alrededores.


—¿Hay algún tipo de pueblo por aquí? —pregunta el Profesional.

—El tipo del Mini-Market mencionó una colonia japonesa —responde Karina, sabiendo lo que pasará a continuación.

—Pues, tenemos que detenernos ahí —dice Zee rascándose la nariz—. Pronto necesitaran de mis servicios. Además siempre me han gustado las geishas, tienen un sabor exquisito.




Nikkei


1


El automóvil negro se estaciona frente al Bar Koi, la portezuela derecha se abre con delicadeza y Zvonimir se desliza fuera del asiento del copiloto; los pocos peatones que circulan por la calle seguramente se preguntan ¿cómo un hombre tan alto puede entrar en ese auto? Algunos otros creen que es un hombre de negocios, ya que va vestido con un elegante traje negro, hasta que él se gira y deja ver su playera blanca de cuello en V.


—Puedes entrar conmigo, si gustas —dice a la conductora del auto, inclinándose hasta la ventanilla.

—No, gracias —contesta Karina con desgana— después del lío de Buenos Aires decidí no entrar contigo a un local.

 Musor (Tonterías) —replica Zee—. Eso solo fue mala suerte.

—Mala suerte tendrás tú, si no dejas de hablarme en ruso —dice la joven guiñándole un ojo.

—No discutamos pequeñeces del pasado —sentencia el hombre con voz temblorosa—. Además ¿Cómo iba a saber que las puertas de emergencia estaban cerradas?

—Creo que no querrás discutirlo, no ahora —dice sonriendo mientras mete la primera marcha haciendo rugir el motor—. Será mejor que concentremos nuestras fuerzas en lo que has olfateado.


Al decir esas últimas palabras, suelta el embrague y mete a fondo el acelerador, el Dodge Charge desaparece en una nube de polvo dejando a Zvonimir con la réplica en los labios.


Nosed (Olfateado), cuando lo dice de esa forma me hace sentir un sobaka (perro) —murmura para nadie antes de entrar al Restaurant-Bar esperando con toda su alma encontrar lo que le han negado en los últimos tres bares.


Entra al lugar con ese modo suyo tan característico: pausado y despreocupado como siempre. La sonrisa relajada en la cara es —a su propio juicio— su mejor carta de presentación. Le es difícil caminar entre las mesas, el salón está a reventar de clientes. Su instinto le dice que es un día especial. Sigue andando hasta encontrar un buen lugar en la barra, para su gusto el baño debería estar más cerca pero bueno nada es perfecto. El barman ya se acerca con cara de pocos amigos.


¡Oyasuminasai! (¡Buenas noches!) —dice el barman en japonés.

—¡Joder, ahora sé lo que siente Karina! —exclama entre risas, sin hacer caso de la cara impávida del tendero que no comprende cuál es la gracia.

¿Nani ga son'nani okashīdesu ka?(¿Qué es tan gracioso?) —efectúa una pregunta en ese idioma desconocido con una mirada recelosa.

—Seguro que con esto no te hago hablar en ruso, pero sí que dirás algunas palabras en español —le dice al oriental mostrándole un legajo de billetes de cien dólares.

—Bienvenido al Bar Koi estimado cliente, ¿En qué puedo servirle? —el tendero le da la bienvenida con una pronunciada reverencia,  frotándose la manos y sin apartar la mirada del dinero en las mano de Zee.

—Con dinero baila el perro —afirma Zee guardando el manojo en la chaqueta—, ponme una Sproff, camarada.


2


El pavimento artesanal de las calles de Nikkei es más fácil de recorrer con sus botas vaqueras que con el Dodge, menos mal que no hace caso de los comentarios sarcásticos de Zee sobre sus adorables botas cafés. Sabe que llama la atención aunque nunca se ha considerado una mujer guapa ni refinada. Con sus tejanos ajustados y su blusa de franela a cuadros amarrada a la cintura, parece más una actriz de westerns clasificación B buscando a su caballo que una investigadora tratando de conseguir información. Está cansada y un poco fastidiada de haber recorrido el pueblo sin conseguir que los viejos le soltaran una palabra en español. Los ancianos recorrían su estrecha figura fijándose en su cara sin maquillaje, la piel pálida, el cabello recogido en una coleta y optaban por hablar japonés y fingir que no entendían una sola palabra en castellano. “Es porque adivinan tu carácter saca pulgas” habría dicho Zee muerto de la risa.


Con los más jóvenes en cambio, ha tenido suerte. Hablan con ella —¡en español! ¡Al fin!—. Le cuentan que mañana por la noche se celebra el Matsuri (festival) de otoño. Recolección de datos... ese es su trabajo.


—Yo busco datos, él destruye si es necesario… —dice en un susurro para ella mismas— ¡Joder! Con Zee siempre es necesario. Se mete en follones todo el tiempo, con ese rollo de “yo soy El Pro”. Debería decir: “Yo soy el niño”.


Una anciana la ve como si Karina fuese un trozo de mierda. La vieja también susurra por lo bajo y entre todas las palabras que pronuncia, Karina distingue una con claridad, se la han dicho casi todos los ancianos: Gaijin. No tiene idea de cuál sea su significado. De lo que sí está  segura es que es un insulto; debe ser un  insulto de los grandes porque no es pronunciado sino escupido con odio. Ignora a la diminuta veterana sin darle importancia a esas injurias, su mente regresa a los datos. El Matsuri, en palabras de los jóvenes es una fiesta cultural. En la cual puede ponerse en movimiento eso que ha olfateado Zee. Su trabajo está terminado, tiene que informarle. Como en tantas ocasiones desenfunda el móvil que cuelga de la cintura de los tejanos. Tiene el  número en marcado rápido y espera el primer tono…


Piiiipp….piiiiipp…piiiiipp.


—¡Joder, contesta! —grita al micrófono.


Piiipp…piiipp…piiiipp.


El número al que marcó es privado, si eres hombre cuelga ahora mismo, si eres una hermosa chica deja tu número de móvil y tus medidas. Si eres Karina sabes dónde estoy ven a buscarme, honey. Piiiiiiiiiiipp…


La última vez que escuchó ese mensaje lo encontró en un callejón de Buenos Aires desangrándose; se estremeció y corrió a buscar el Dodge.


3


—Un hombre con tanta riqueza, debe tener entretenimiento de primera clase —dice el dependiente del bar.

—No soy un hombre de muchos placeres, pero sé divertirme de vez en cuando —contesta Zee.

—Yo tengo la diversión que usted desea.

—¿Mujeres? —pregunta El Pro con una sonrisa de complicidad.

—Si ese es tu deseo puede ser cumplido —dice una voz femenina desde la puerta del local.


Gira tan deprisa que su cuello se queja con un chasquido. Para su sorpresa es Karina, quien le dedica una sonrisa coqueta desde la puerta del local.


¡Lyubit´! (¡Cariño!) —grita eufórico al verla

—¡Hola guapo! —le dice acercándose lentamente a él.


Al verla moverse tiene una sensación extraña, un revolotear en el estómago que solo ha sentido en pocas ocasiones. Hay algo diferente en su compañera, sus ojos iluminan el lugar y los colores de pronto se tornan más intensos y nítidos. Todo lo que la rodea es más hermoso, su piel se ha vuelto más clara, casi como la porcelana. Puede ver que no hay una sola imperfección en su cutis y su cabello castaño irradia un pequeño halo rojizo.


—¿Qué pashaaa? —pregunta atontado.

—Nada de lo que tengas que preocuparte por ahora, cielo —responde Karina con voz melosa.

—¿Quién erehhhssss?

—Seré quien tú quieras que sea —dice sonriendo con picardía cerrando los ojos hasta que solo queda una rendija curva.


4


—A todos los trajes azules, tenemos un código dieciséis en el Bar Koi, respondan. Cambio.

—Aquí la Sargento Naota, estoy cerca del lugar. Cambio.

—Es un incidente con Gaijins, proceda con cuidado. Cambio.

—Diez-cuatro enterada, llevo conmigo a cinco trajes azules. Cambio y fuera.


Los policías, —incluyendo a la Sargento quien frena de improviso para dar vuelta y acercarse al bar— revisan sus armas, saben bien que los problemas siempre llegan con los blancos.


—Tendremos que dejar la supervisión del Matsuri —dice con fingido pesar y sus compañeros sonríen, todos saben que ella odia esa tarea de todos los años—. El deber llama señores.


Recorren la distancia entre la sede del festival y el bar en menos de diez minutos, gracias a que han vivido en Nikkei toda su vida la conocen como la palma de su mano; acortan camino por callejuelas y a menos de un kilómetro de distancia distinguen el alboroto.


Al arribar al lugar la sargento encabeza la formación de dos en dos que ha ideado, el lugar está rodeado de curiosos, que se apartan para dejarles el paso libre. Se oyen ruidos de cristales y cosas rompiéndose en el interior. La gente murmura y señala las ventanas, lo que significa que han llegado a tiempo. Se mueven con cautela, no tienen idea de qué es lo que pasa dentro. Naota ordena a su pareja que la siga hasta la entrada del lugar, los cuatro restantes esperarán afuera. La experiencia que suman todos juntos no alcanzará para comprender lo que están a punto de ver. Antes de que pongan un pie dentro del Bar Koi  aparece un hombre en el umbral de la puerta, con pasos tambaleantes arrastra por el cuello de la camisa al Barman.


—Tengan cuidado con la chica que está dentro, es una fierecilla —dice escupiendo sangre antes de irse de bruces.


“Nos quedamos boquiabiertos” será la expresión que usará Naota en los años siguientes cuando relate la experiencia que está viviendo. Dos de los policías se apresuran a dar auxilio al Gaijin inconsciente y a tratar de reanimar al Barman. Naota al entrar al lugar descubre que está hecho un desastre, no queda nada en pie. Lo único intacto es una pequeña pirámide hecha con latas de cerveza, la escena parecería graciosa de no ser por el cadáver de la hermosa joven vestida con tejanos quien yace en un charco de su propia sangre apuñalada por la espalda.


—Con esto obtendré un ascenso —dice la sargento con una sonrisa ambiciosa—. Esposen a ese bastardo, está detenido por asesinato culposo.


 5.


Despierta de la inconsciencia despatarrado y adolorido sobre un catre mugriento y con un olor rancio a orina. Al abrir los párpados mueve los ojos buscando algo que le sea familiar pero no lo encuentra.


Lo único que le es conocido son los miembros fálicos y palabrotas que están grabadas en las paredes de hormigón. Echa una mirada al techo grisáceo, manchas de humedad y más rayones en las esquinas enmarcan una sola bombilla de cincuenta watts que mal ilumina la habitación. Con un movimiento casi robótico logra sentarse, trata de ponerse en pie. No lo logra.


Siente un dolor que nace en la nuca y muere en su frente y le desgarra por dentro. Desea que le explote el cerebro, llenará así las paredes con pedazos de su ser, pero el dolor dejaría de joderle. Trata de llevarse las manos a la cabeza para masajearse las sienes, algo lo detiene. 


¿Chto za chert? (¿Qué demonios?) —dice al sentir el frío metal de las esposas que le apresan las muñecas—. Que no panda el cúnico, Zee —se consuela cerrando los ojos; trata de no sonreír y respira con calma, guarda el aliento cada dos inspiraciones como le enseño El Profe, para así sumirse en el silencio de la mente.


Los recuerdos son borrosos, sabe que ha estado en un Bar. Se acuerda de haberle pagado al oriental por la cerveza y el tipo le ofreció algo de entretenimiento. “El único espectáculo que me interesa son las mujeres” cree haber contestado al ofrecimiento del barman. Su memoria se vuelve nebulosa, cree ver a Karina entrando al bar. La concentración se pierde.


No puede recordar más, el dolor se lo impide. Deja de esforzarse, ya lo intentará en otra ocasión. Examina con cuidado su nuevo hogar, no hay ventanas, ni barrotes. Solo una puerta metálica con una pequeña ventana. Hace un nuevo esfuerzo para levantarse. Esta vez lo consigue.


Logra acercarse a la puerta, golpea tres veces. No hay respuesta.


No necesita los servicios de Karina en esta situación, no hay misterio alguno. Está en el truño. En los últimos años ha estado en siete celdas diferentes —gajes del oficio—, en esas ocasiones sabía exactamente cuál fue su delito, ahora no tiene idea de que fue lo qué hizo.


—¡¿Hay alguien ahí?! —grita a la puerta.

—Señor Zvonimir, usted y yo tenemos que charlar —le dice una mujer con acento entre oriental y peruano.

—Claro lindura —contesta Zee con su acento entre ruso y chileno— pero antes que nada quiero hacer mi llamada, hay una chica con la que tengo que hablar.


6


Sentada mirando fijamente al hombre que ha arrestado y presunto culpable de asesinato trata de calibrar al extranjero, en el centro del escritorio una grabadora lleva el registro del interrogatorio.


—Siete mil dórales en billetes de cien, un móvil, un tarjetero, tarjetas de presentación y una baraja pornográfica —dice la Sargento Naota al asesino que tiene frente a ella— ¿Tiene algo que agregar?

—De hecho así es —dice en tono de réplica— prefiero llamarlos naipes eróticos, “baraja pornográfica” suena muy corriente.

—¿Y eso le parece divertido? —pregunta la sargento alzando la ceja.

—Un poco, ambos sabemos que cualquiera que fuera mi delito, puedo pagar la fianza con el dinero que me han confiscado —responde sonriente— ¿Ahora puedo hacer mi llamada?

—¿A quién tiene pensado llamar? —pregunta Naota— si es a la chica que estaba con usted no está disponible en estos momentos.

 Dʹyavol (Diablos), ¿También está en el truño? —pregunta entre risas.

—Lamento decirle que se encuentra un piso más abajo, en la morgue. Gracias a usted.


La reacción en el rostro del acusado la convence de que es culpable o de que está loco. Zee se relaja y la sonrisa que tiene en la cara se hace más grande, dejando ver sus dientes blancos.


—¡Oh! —exclama tornando sus labios en un círculo de lo más gracioso—. Con que esas tenemos. Pues retiro mi oferta, no pagaré la fianza y desde luego ya no quiero esa llamada.

—No creo que pudiera pedir ninguna fianza —dice la mujer tajante— ¿He de creer que se declara culpable?

—Claro que no, sabrosura —niega guiñándole el ojo—. Pero estaré libre como el viento antes de que termine esta noche.

—¿Así que escapará? —pregunta  con una carcajada fingida la sargento.

—No soy un escapista.

—¿Entonces cómo espera liberarse?


El prisionero no responde. Con toda tranquilidad se levanta de la silla y comienza a hacer estiramientos.


—Somos pueblerinos, mas no estúpidos —grita la mujer golpeando el escritorio con el puño cerrado— ¿Quién le ayudara en su escape?


Zee la mira cínico pero no responde.


—Regrésenlo al agujero —ordena la sargento.


Lo normal sería que entraran los guardias de turno para someter al prisionero y llevarlo a la celda siguiendo las órdenes pero no sucede nada.


—No se atreva a salir de aquí —ordena la mujer señalando a Zee con una mano y con la otra desenfunda la pistola.


Con cautela sale por la puerta que comunica al pasillo, la tranquilidad que percibe en el ambiente está cargada de una tensión incómoda. A los lados de la puerta ve los toletes de los guardas tirados en el piso. Apunta su arma, camina por el corredor hasta llegar a la oficina central. Está desierta. Hace unos momentos en ese lugar se encontraban cinco de sus subalternos, en este momento solo queda el mobiliario. Al fondo de la oficina se encuentran las escaleras que comunican con la morgue, la puerta está abierta.


—¡Idiotas! ¡Morbosos! Bajaron todos a ver la novedad de la noche.


Regresa el arma a la funda que lleva por debajo del brazo, con paso decidido se acerca a la escalera. Un escalofrío le recorre la espalda frente a la escalinata.


Un fuerte sonido al otro lado de la oficina le provoca un sobresalto. Algo pesado se estampa a su derecha, voltea en un movimiento reflejo buscando la fuente de tal sonido. Una ventana se ha azotado por el viento. «¿Otra vez persiguiendo yúreis, Naota?» se dice en un pensamiento. Comienza a bajar las escaleras de la morgue y se detiene al toparse con una maraña de pelos rojizos, baba y dientes. Los ojos de la bestia que tiene en frente son del color del fuego y su mirada quema como el mismo. Lo que sucede a continuación es pura suerte, la bestia llena de ira resbala en los escalones, dándole tiempo para desenfundar la pistola y disparar tres veces.


El pánico se apodera de su cuerpo, corre sin saber a dónde la dirigen sus piernas. En lo único que piensa es en estar a salvo. Abre la puerta de la celda con manos temblorosas y encuentra al hombre de casi dos metros que antes interrogaba que le sonríe con ternura.


—Tome una tarjeta, madame. Creo que la necesita —le ofrece el prisionero aun con las manos esposadas.

—¿Quiénesusted?—dice tan rápido que apenas se entiende ella misma.

—Yo soy El Pro.


7


Mientras la sargento recorre las oficinas, Zee tiene tiempo suficiente para recordar qué demonios pasó en el Bar y sonríe creyendo que entiende todo.


 Chert lisa (Maldito zorro), me engatusó.


Cuando Naota abre la puerta él ya está listo para que le libere de las esposas, recuperar su dinero y entrar de nuevo en acción. Mientras ella hace todo lo que predijo, Zee sonríe complacido. Ordena a la temblorosa mujer esperar en la sala de interrogatorios, la pobre chica está a punto de tener un ataque sicótico.


Recorre el camino hasta la oficina central siguiendo las instrucciones de Naota. La puerta sigue cerrada. Por segunda vez en el día se sorprende recordando las enseñanzas.


La voz de El Profe repite en su cabeza una y otra vez: El folklore, los cuentos y las leyendas deforman los hechos reales, Sr. Dobrovolski. La mayoría de las criaturas que estudiamos en la cripotozoologia están adornadas por esos tres fenómenos sociales. Sin embargo, en esos mismos fenómenos se esconde la verdad sobre las bestias que rondan por el mundo, los cuentos solo son cuentos. Hay que buscar el trasfondo de la verdad. Si escribieran un cuento sobre tu vida terminarías, con los años, usando capa y los calzones de fuera. Lo sabrías si leyeras un poco.


—Viejo caco —dice mientras hurga en los escritorios, sonriendo con nostalgia—. Me hiciste leer todos esos cuentuchos.


Sigue rebuscando entre los cajones, no hay nada que le sirva como arma. Naota ofreció su pistola, pero él no podía aceptarla, si el asunto se desmadra y el animal la ataca, lo mejor es que tenga alguna forma de defenderse. ¡Bingo! Ha encontrado una pequeña espada empotrada en una placa con unos garabatos que no entiende.


武士の名誉は血で清めです

(El honor del samurái se limpia con sangre)


—Kitsune el zorro embaucador, hará que pierdas el camino, se transformará en lo que más deseas para atraerte a una trampa, solo por diversión —recita al comprobar el filo de la hoja metálica.


Baja las escaleras empuñando el wakizashi en la mano izquierda sin saber que un antiguo samurai lo haría de la misma manera. Al llegar a la morgue encuentra a los policías, algunos malheridos otros inconscientes pero aún están vivos, vaya suerte que tienen. Detrás de la mesa de exploración la encuentra tirada en el suelo, se ha quedado a media transformación entre zorro y humana. El pelo rojizo cubre su exuberante cuerpo desnudo. En la espalda una herida de por lo menos cinco centímetros supura sangre y en la cara tres disparos le deforman el hocico. Gime de dolor, está sufriendo. Al verla es difícil no imaginarla como un cachorro golpeado por un auto en la autopista.


«Kistune la zorra, amante devota, protectora del ser amado. Si te hubiese reconocido antes…si no me hubiera confundido. Te equivocaste al transformarte en Karina y yo al pensar que eras tú lo que me llamaba a Nikkei» piensa Zee al identificar a la criatura tirada a sus pies. No puede evitar sentir un nudo en la garganta al notar que está agonizando. Se arrodilla junto a ella, no le importa mancharse el pantalón con la sangre de la noble bestia.

—De verdad lamento hacer esto —coloca la afilada hoja en el cogote peludo.

El wakizashi corta un poco de la piel. La sangre escurre en un hilillo débil amenazando con convertirse en torrente. El Pro le recita un poema antes de terminar con el trabajo.

Flattera v okno prosnulsya

malʹchik, kotoryĭ spal v svoyeĭ posteli.

On ispugalsya, beloe litso,

ruki poteli ,

yego telo tryaslosʹ .


Medlenno, otdernul shtory.

Tikho otkryl okna.

Pronzitelʹnyĭ veter udaril litso

zatem to, chto eto slezy .


On pal zhertvoĭstrakha nazad

chtoby uvidetʹ predmet chernyĭ naryad.

—Segodnya Denʹ ! —Krichal drozhʹ.

—YA prishel dlya dushi , doveryaya durak. (1)


La Kitsune no aparta la mirada de la suya, en plena consciencia de lo que está por venir. Contiene el aliento y cierra los ojos, preparada para tener una muerte honorable sabiendo que el hombre del traje negro se culpará por siempre del error que ha cometido. Zee besa su frente y apoya un poco más el arma. Secciona su garganta en un segundo.


Se levanta frustrado, patea lo primero que ve en su camino haciendo una rabieta. Se encoge de hombros y sube las escaleras corriendo cuando se da cuenta de que ha pateado a un policía en la cabeza. Huye del lugar escuchando los quejidos del policía pateado y aguantando una risa de sabor amargo.


8


Toda la noche ha tratando de localizar a Zee. Ha seguido su rastro por todo el pueblo, desde el destrozado Bar Koi hasta la desolada comisaría. Estar preocupada por él, es un gran dolor en el culo, pero aun así le gusta trabajar a su lado. Desde que era niña ha sabido que Zee despide una energía que te hace sentir mejor persona, que todo estará bien.


Maneja el Dodge Charge tranquila, presiente que el peligro pasó. El último lugar que queda por revisar es el camino de terracería que comunica al pueblo de Nikkei con la Carretera Panamericana.


Lo ha encontrado, está segura de que es él. Los faros del coche le iluminan la espalda, se encuentra arrodillado frente a un montoncito de tierra suelta.


—Por fin te encuentro, cretino —le dice al bajar del coche.

—No sabía que estaba perdido.

—Tengo la información que necesitas, un festival de otoño se celebra mañana…

—Ya no es necesario, he destruido lo que había en este pueblo —interrumpe a Karina—. Me la topé por casualidad.

—Genial yo me mato por buscarte datos y tú te cargas al bicho “por casualidad” —enfatiza haciendo las comillas con los dedos —¿Qué era lo que jodía a este pueblo?

—Era una Kitsune, pero me equivoqué no estaba atormentando a nadie —al decirlo se levanta del suelo, lleno de tierra y sangre, camina tambaleándose, tratar de subir al automóvil.

—¿Quieres cambiarte antes de que nos vayamos?— le ofrece sabiendo de antemano la respuesta.

—Esta vez no querida, esta vez no…


Sin replicar lo acompaña hasta la puerta, rodea el coche y toma su lugar en el asiento del conductor. Pone en marcha al Dodge y arranca con un acelerón, dejando atrás una nube de polvo. Por el retrovisor logra ver el pequeño altar que ha hecho Zee, dejando una espada pequeña enterrada en la tierra suelta.


9


Ha estado parado frente al letrero más de veinte minutos, lo ha leído tantas veces que le lloran los ojos. Tres poblados diferentes figuran en la pancarta. Extiende la mano rozando las letras de uno de los nombres, cierra el puño y golpea con frustración el membrete.


—¡Hey Lerdo !—grita Karina desde el coche—. Eso es destrucción de propiedad federal.

—No importa—dice Zee con una sonrisa amarga en el rosto.

—¿Olfateaste algo nuevo?

—Nada nuevo—contesta estoico—. Es lo mismo que sentí al llegar a Nikkei, es algo tan grande que me ha confundido.

—¿De qué estás hablando?

—No importa, no iremos ahí —dice apuntando al cartel, justo en el lugar donde golpeó.

—¿Estás seguro?, podemos llegar en menos de un día.

—Sí, ya perdimos mucho tiempo en Nikkei. Recuerda que Marina nos está esperando.

—¿Aun crees que necesita de nuestra ayuda?

—Sí, sé que está en peligro —dice antes de desmayarse al tratar de montar en el Dodge


Karina corre a sostenerlo alarmada, una mancha roja comienza a formarse en el costado izquierdo de Zee.





Un cuento japonés de Latinoamérica


—Los cuentos sólo son cuentos. Hay que buscar el trasfondo de la verdad. Si escribieran un cuento sobre tu vida terminarías, con los años, usando capa y los calzones de fuera— dijo El Profesor.

Había una vez un pequeño pueblo que emprendió un viaje desde el muy, muy lejano Reino del Sol. Hicieron un largo y peligroso viaje por los océanos hasta llegar a una tierra nueva, donde les fueron prometidas grandes riquezas y un hogar para sus familias. Vagaron por largo tiempo por el nuevo continente hasta que encontraron un bello lugar para establecerse y fundaron el Reino de Nikkei.


Pasaron sus tradiciones de generación en generación y vivieron felices durante muchos años, hasta la llegada del Kuro to shiro no Akuma(El Demonio de negro y blanco) y su feroz acompañante   Taka-Onna la fea y celosa mujer demonio que buscaba los favores de su amor.

Fueron días oscuros para el reinado de Nikkei bajo el yugo del demonio negro y blanco. Los inocentes pueblerinos eran tentados por las artes demoniacas de Kuro to shiro, que usando sus pergaminos embrujados los obligaba a que le sirvieran, exigía comida, sacrificio de vírgenes y sobre todo que el prepararan una bebida de sabor horrendo que lo mantenía despierto y lujurioso.



Taka-Onna no soportó que las mujeres se acercaran a Kuro to shiro, los celos la embargaron y  juró venganza; no hay nada peor que una mujer herida, aunque sea un ser sobrenatural. Rabiosa, se enfrentó al que fuera su amado.


Los hombres del reino se reunieron y formaron un ejército, conocido en adelante como Los guerreros azules de Nikkei. Liderados por el General Naota, tomaron ventaja de la pelea entre los Yōkai (Demonios) y se prepararon para atacar al vencedor. Kuro to shiro asesinó a Taka-Onna después de cien noches y cien días de apelar a su perdón cada vez que le asestaba un golpe. Al terminar la pelea, Kuro to shiro quedó débil y malherido. El heroico ejército de Nikkei lo apresó usando la sangre de Taka-Onna y puso fin a su reinado del terror.


En el santuario de la justicia fue encadenado el demonio, bajo la custodia del ahora líder supremo de los guerreros azules, el General Naota quien torturó a Kuro to shiro durante meses como sentencia por su crímenes.


Muchos años de tortura ablandaron el carácter de Kuro to shiro no Akuma, fue domesticado por el General Naota y usado para proteger al reino de los otros demonios que intentaban invadir el glorioso reino de Nikkei.


El paso de los años no exime  a los Yōkai y es así que después de muchos siglos de leal servicio, un cansado y decrepito Kuro to shiro fue desterrado del reino de Nikkei, perdonado por sus terribles acciones del pasado, desapareciendo para siempre  




Tercer Curso: Traumatología básica. Cuidado y manejo de daños.


Sentada en una banca, la niña lloró quedamente. Miraba al cielo mientras sus lágrimas mojaban el precioso vestido blanco con flores estampadas. Sus bellos ojos azules enmarcaban su rostro casi juvenil.


—No llores —dijo El Profesor.

—Pero… yo curé su ala rota. ¿Por qué no podía quedarse conmigo?

—Cuidaste muy bien del canario —dijo El Profesor con voz dulce—, pero las aves tienen que ser libres.

—No volveré a sanar a nadie. Me duele cuando se van y me dejan aquí en el orfanato— replicó la pequeña jovencita haciendo un mohín.

—Si vienes con nosotros te aseguro que lo que cuides y sanes, se quedará a tu lado —afirmó el hombre que ahora tiene una calvicie insipiente.


A las afueras del edificio los esperaba un Buick viejo y desvencijado, al volante se lograban ver las coletas de una chica y en la parte trasera un joven vestido con un traje negro.




Continuara...

1 comentario:

  1. Genial...
    Gran novela en ciernes, repleta de acción, suspenso y ese toque de humor que le da un aire especial a la misma...
    Acá me quedo, esperando por la continuación, que la imagino soberbia...
    ¡¡ Felicitaciones a ambos !!...

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